1 oct 2009

Yanhuitlán

Pensé que no regresaría nunca a este pequeño pueblo de la mixteca oaxaqueña, es tal vez más pequeño que la colonia en la que vivo en la Ciudad de México, pero cuenta con un templo dominico que lo corona por su esplendor, este pueblo se llama Santo Domingo Yanhuitlán.

Un día llego un mail con una invitación para colaborar en un taller de agricultura orgánica en que se llevaría a cabo en Yanhuitlán la idea me encantó.

NOTA: Por cierto que cuando partí hacía Yanhuitlán fue al siguiente día que inició la contingencia por la influenza, que me perdí por obra y gracias del señor árbitro del mundo ja ja ja.

El taller fue impartido por Jairo Restrepo, un colombiano con cara de chaman y voz de sabio, durante 4 días el nos enseño sobre agricultura orgánica. Yo sinceramente no esperaba más que ir unos días fuera de la ciudad y documentar paso a paso cómo hacer abonos, pero no fue así.

Jairo comenzó a hablar sobre la vida, la muerte, el amor, el color, sus ingredientes, todos ellos a nuestro alrededor sin que nos podamos dar cuenta, éramos unas 70 personas guardando silencio con la cabeza a mil por hora.

En el taller aprendimos sobre la vida, su origen, transformación y muerte, aprendimos mucho sobre los minerales, los abonos, la tierra, fueron muchas las sonrisas. El taller no solo era sobre cómo conseguir más y mejor comida, sino de hacer una pausa para replantear la postura de cada uno ante aquello que prive de tener comida a quien no la tiene. Comer más y mejor porqué se tiene más dinero es algo irreal que anula el progreso de la sociedad, es fascismo.

Aprendí un poco de lo vasto y potente que es el veneno (los fertilizantes). El veneno es la marca invisible que llevamos con nosotros todos los días. El veneno no se necesita para curar las enfermedades y plagas lo que se necesita es que exista balance mineral, hay que entender que los disturbios minerales son los que provocan las enfermedades y plagas, es con minerales como se resuelven estos contratiempos y no con veneno.

Los días fueron intensos eran de 9am a 9pm, cuando comíamos lo hacíamos todos juntos bajo unas lonas, había un grupo de unas 12 señoras que hacían la comida, cada quien se servía su porción y al final lavaba sus trastes sucios, me gustaba mucho el arroz, pero se lleva una mención honorífica al tamaño y sabor de los tamales del último día.

También recuerdo la claridad de la noche, el punteado caótico y bello cielo, siempre bajaba la temperatura por las noches pero como antídoto teníamos mezcal, nos reuníamos en círculos a tomar y reír.

La última noche fuimos a la cancha de fútbol empastada, que es un alud a un costado del templo, hicimos un círculo para protegernos de la corriente de aire, reímos mucho, no nos preocupaba si eran fuertes nuestras risas, el sonido del viento era más fuerte que nuestras voces.

“Con agua y mierda, no hay cosecha que se pierda”

Jairo Restrepo